Pregunta: ¿Los ashkenazim también tienen obligación de recitar todos los korbanót diariamente?
Respuesta: Los judíos tienen como costumbre recitar, por la mañana previo al rezo, el capítulo de la ofrenda diaria (korban hatamid). No obstante, como los sabios no lo instituyeron, no se considera una obligación incondicional. De todas maneras, ya que la costumbre de recitar la ofrenda diaria se basa en lo dicho por nuestros sabios en el Talmud Babli y debido a que ellos fijaron el horario de Shajarit con base al horario de la ofrenda de la mañana, los judíos acostumbraron a recitar el capítulo de la ofrenda diaria todos los días hasta que se convirtió en una obligación. Por lo tanto es bueno recitar cada mañana, antes del rezo, el capítulo de la quema del incienso, pues éste era ofrendado todos los días y además el Zohar (Vayakhel 218:2) alaba ardientemente a quien lo recita a diario. Incluso en el caso de que alguien tiene prisa, es bueno que intente, por lo menos, leer los capítulos de la ofrenda diaria y la del incienso.
Es bueno recitar los demás capítulos de la sección de las ofrendas, además de las plegarias que se les adjuntan, pero no hay una obligación de hacerlo.
Quien no tiene tiempo de recitar el capítulo de la ofrenda diaria, los versículos del incienso y todos los pesukei dezimrá, es mejor que se saltee el salmo 30 “Mizmor shir janukat habait” que para los sefaradím comienza con “Aromimjá HaShem” para así poder recitarlos. Si el tiempo no le ha de alcanzar, que saltee también “Hodu laHashem”. Incluso puede omitir “Vaibarej David”, el “Shirat hayam” y “yeihí Jebod” para así poder recitar la ofrenda diaria y los versículos del incienso. Este orden de preferencias se debe a que el origen del recitado tanto de la ofrenda diaria como la del incienso es de la guemará, mientras que los pasajes del rezo antes mencionados fueron agregados a los psukei dezimrá por los Sabios saboraim y los gueonim. Sin embargo, el núcleo central del psukei dezimrá, es decir, “Baruj Sheamar”, “Ashrei”, hasta el final de las “Halelukot” e “Ishtabaj”, no se debe saltar para poder recitar los versículos de las ofrendas. Esto se debe a que el núcleo de los psukei dezimrá fue instituido como obligatorio, e incluso se redactaron especialmente las bendiciones que los acompañan.
Las ofrendas expresan la conexión absoluta entre el pueblo de Israel y su Padre Celestial. Esta relación de intenso anhelo por conectarse con el origen de la vida y la completa perfección, llega al punto de estar dispuestos a entregarlo todo a Hashem, incluso la vida misma. A veces, cuando el ser humano percibe la profunda contradicción entre su alma pura y su cuerpo físico cargado de deseos que lo empujan a la bajeza y al pecado, surge en él la voluntad de expiación en pos de la cual la persona llega a estar dispuesta a morir santificando el Nombre Divino, sacrificándose así a Hashem. No obstante, Hashem creó al hombre para que viva y sea un socio activo en la corrección del mundo, por lo que el anhelo de apegarse y conectarse a lo divino tiene su expresión en la ofrenda de sacrificios. En lugar de que la persona se sacrifique a sí misma, ofrece un animal de su propiedad. Esto se asemeja a lo ocurrido con nuestro patriarca Abraham, que estaba dispuesto a cumplir con el decreto divino de sacrificar a su único hijo Itzjak hasta que Hashem le ordenó que no lo haga y ofrendara en su lugar un carnero.
En el orden del rezo hay cuatro fases, siendo la primera el recitado de las ofrendas. En virtud del sueño nocturno el hombre se hunde en su materialidad y para poder pararse ante Hashem y rezar necesita despertarse y ofrendar su alma al Creador mediante el recitado de los Korbanot. Por medio de ellos podrá después purificarse con los psukei dezimrá. Así también podrá aceptar sobre sí el Yugo Celestial durante el recitado del Shemá y sus bendiciones. De esta forma podrá elevarse al nivel superior del rezo durante la Amidá, en la cual la persona se para delante de Hashem para alabarlo, pedirle y agradecerle. De esta manera se incrementa la bendición en el mundo.
En la Kabalá se explica que estas cuatro fases del rezo corresponden con los cuatro mundos, y a través de ellos se asciende desde el inferior al superior. Las ofrendas corresponden con el mundo de la acción (olam haasiá), los cánticos de alabanza corresponden con el de la formación (olam haietzirá), las bendiciones del Shemá con el mundo de la creación (olam habriá) y la Amidá con el mundo superior, el de la emanación (olam haatzilut).
El comienzo de la labor espiritual pasa por que el hombre acepte de modo claro y contundente que D´s es el soberano y por lo tanto la materialidad de este mundo, así como la vida en éste, carecen de todo valor mientras se encuentren desconectados del servicio al Eterno. El presentar ofrendas es la expresión más palpable del sacrificio de la materialidad y la vida mundana ante D´s. Por lo tanto, el recitado de las ofrendas tiene que ver con el mundo de la acción (olam haasiá), puesto que en éste se manifiestan de modo concreto todas las grandes ideas.
Luego recitamos los cánticos de alabanza que tienen que ver con el mundo de la formación (olam haietzirá). Luego de sacrificar la materialidad, el espíritu (ruaj) se libera de sus ataduras y puede contemplar las maravillas de la creación y entonar alabanzas a Hashem.
Desde ese estado de elevación espiritual que se alcanza en el recitado de los psukei dezimrá, somos capaces de reconocer el Origen Divino y aceptar sobre nosotros el Yugo Celestial por completo. En las ofrendas aún no percibimos por completo los principios de la fe, solamente expresamos nuestra predisposición de entregarlo todo en pos de esta. No obstante, una vez que completamos las ofrendas y los psukei dezimrá, somos capaces de elevarnos y alcanzar la fe completa en el Creador, tal como está postulada en el recitado del Shemá y explicitada en sus bendiciones. Esto corresponde con el mundo de la creación (olam habriá), en el cual percibimos las raíces espirituales de las cosas.
Es así que ascendemos al nivel más encumbrado, el del mundo de la emanación o proximidad (olam haatzilut), en el cual nos apegamos al Creador y nos identificamos plenamente con los ideales de la Divinidad. Previamente nos paramos ante Él y estuvimos dispuestos a sacrificarnos en sus aras. Elevamos cánticos ante Él, aceptamos el Yugo Celestial y ahora en el rezo de la Amidá alcanzamos el mayor punto de fusión e identidad con Su Voluntad, que es la de revelar Su Nombre en el mundo, por lo que Le bendecimos y atraemos así bendición sobre el Universo todo.
Posteriormente descendemos por los distintos mundos. El Tajanún nos encuentra todavía en el nivel del mundo de la emanación (atzilut). En el Ashrei y la Kedushá de Sidrá hacemos descender la influencia del rezo al mundo de la creación; luego en el cántico del día desciende al mundo de la formación (ietzirá) y en la quema del incienso, finalmente, al mundo de la acción (asiá) (véase Kaf HaJaim 48:1 al final en el párrafo que inicia con las palabras “ודע הקדמה”).